A estas horas de la mañana de un 5 de octubre del 2011, hace justo dos años, muchos de nosotros todavía estábamos intentando asimilar la fatídica noticia: Steve Jobs, el cofundador y en aquellos momentos presidente de la administración de Apple, nos dejaba después de una dura batalla contra el cáncer de páncreas que sufría desde hace años. Las Apple Store de todo el mundo se llenaban de dedicatorias y el mundo de la tecnología se rendía en homenajes a una de las personas que cambiaron el mundo de la electrónica personal.
Dos años después, Apple sigue siendo una compañía que destaca entre todas las demás por su peculiaridad, por seguir siempre el camino que cree correcto sin importar lo que haga la competencia (de hecho la competencia siempre termina siguiendo el camino que dejan en Cupertino de un modo u otro) y por intentar revolucionar los mercados en mayor o menor medida. Tim Cook, su sucesor, no lo está haciendo nada mal en su puesto como CEO de la compañía.
La terrible batalla de un responsable del iPhone en la Macworld 2007
Pero aún dos años después siguen apareciendo algunos detalles de Steve Jobs que nos llaman la atención. Desde New York Times nos llegan algunas anécdotas de los desarrolladores de Apple el día de la presentación del primer iPhone, el 8 de enero del 2007, en los que los nervios y el miedo imperaban entre todos los empleados. Un ejemplo es la de Andy Grignon, en aquella época el responsable de las antenas y las comunicaciones del teléfono que tenía que revolucionar los teléfonos, que nos cuenta cómo de aterrado estaba el día de la presentación ya que Steve quería hacer las demostraciones en vivo sin depender de ningún vídeo. Y si la antena fallaba, él iba a ser el principal responsable y el probable despedido.
Steve, según Grignon, había estado practicando la presentación del iPhone durante cinco días con él y algunos otros desarrolladores entre el público. En todos los ensayos aparecía algún error, y cuando eso pasaba Steve miraba fulminantemente a Andy asegurándole que “si fallaban, sería por su culpa“. Era imposible no “sentirse como si midiéramos una pulgada de altura“.
El entonces CEO de Apple estaba completamente obsesionado con la seguridad. El Moscone Center se había convertido en una fortaleza en la que sólo las personas de una lista aprobada directamente por Jobs podían entrar, y el personal fabricó un pequeño laboratorio cerrado a cal y canto para proteger y probar los iPhones. A su lado, una sala de relajación con un sofá para Steve. Y esos iPhones que se podían probar, que sólo eran unos cien, estaban llenos de defectos en su carcasa. Cada uno tenía algún fallo, y el entonces iPhone OS no era capaz de reproducir un vídeo entero sin colgarse, sólo funcionaba bien si hacíamos una lista específica de tareas en un cierto orden. Lo justo para la demostración, que Jobs quería en una pantalla con la señal directa del iPhone. Nada de cámaras apuntando al dispositivo como se solía hacer hace cinco años.
Y luego, por supuesto, estaba el problema de internet. La navegación en el iPhone tenía que ser perfecta, y con un público especializado en tecnología y que sin duda buscaría redes Wi-Fi para conectarse seguro que habría problemas. Grignon sabía que las antenas del iPhone no iban a ser suficientes, así que se optó por una solución en dos partes: ampliar la recepción del aparato con una estación adicional escondida tras el escenario (los cables conectados al iPhone de la keynote llevaban a ella) y modificar el software de un Airport Extreme para que utilizase las frecuencias japonesas para crear redes inalámbricas. Dichas frecuencias no se pueden utilizar en los Estados Unidos, con lo que se garantizaba que nadie del público se conectase.
La cobertura del iPhone, proporcionada por AT&T, también dio problemas. No era la suficiente, así que se modificó el sistema operativo para que mostrase las cinco barras de cobertura hubiese la que hubiese. El receptor de datos móviles era tan frágil que podía reiniciarse, mostrando algunos momentos sin cobertura en la interfaz. Y eso no podía ser. También había varios terminales de reserva por si la memoria del dispositivo se llenaba y provocaba problemas, cosa que pasaba con mucha frecuencia.
Todos estos problemas hicieron mella en Grignon y su equipo de desarrolladores. Ganaron peso, aparecieron discusiones matrimoniales por el estrés… el esfuerzo les suponía un desgaste físico y también psíquico y moral. Tales fueron los nervios que los desarrolladores y gerentes del proyecto,sentados en la quinta fila durante la presentación del iPhone, acabaron vaciando una botella de wkiskey mientras veían cómo las demostraciones iban bien. Jobs no tuvo ningún problema, la recepción de la señal fue buena, el público se quedó sin habla y toda una industria cambiaba para siempre. Terminaron todos borrachos esa noche, aunque muchos desarrolladores terminaron dimitiendo debido a la presión. No aguantaron.
Ni mejor, ni peor: diferente
Son los sacrificios y el ritmo de trabajo que Steve Jobs exigía a todo el mundo, desde el desarrollador base hasta el administrador de todo un proyecto entero. Pero la meta era ambiciosa: presentar un terminal que pusiera mercados enteros patas arriba. Jobs lo consiguió varias veces con el Mac, el iPod, el iPhone y el iPad. Tim Cook ha sabido seguir manteniendo esos dispositivos en boca de todos, con muestras de que Apple aún puede seguir innovando con aparatos como el nuevo Mac Pro.
Después de dos años tenemos clara una cosa: La Apple de Steve Jobs ya no volverá, y es evidente que la compañía está cambiando de rumbo. Pero eso no significa que vayamos a peor: no volveremos a tener nadie como Steve Jobs pero sí que podemos estar ante otro camino de éxito. Esperamos, por supuesto, que así sea y que podamos seguir la actualidad de una compañía de la talla de Apple durante mucho tiempo más. La Apple de Steve Jobs no volverá, pero su memoria seguirá grabada a fuego en sus sucesores, sus empleados y todos los aficionados.
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